Monday, June 4, 2018

Iván es el man

Publicado en la Gaceta Dominical de El País, 3 de junio de 2017

El paso de Iván Duque a la segunda vuelta presidencial en Colombia, con una mayoría arrolladora, demuestra lo que significa ser colombiano. Los lemas de campaña “Iván es el man” o “Iván es el que es” son símbolo de esta identidad patria.
            Para comenzar, “Iván es el man” es un mote musical, rítmico, con la rima más afortunada que el más genio poeta no hubiera logrado hallar: “Iván” rima con “man” y suena casi como una cumbia o un vallenato. Así, pone a cantar a la mente en un sonsonete pegajoso del que no se puede zafar.
            Es importante usar el nombre propio, “Iván”, y no el apellido, “Duque”, porque le da familiaridad al asunto. Así hace también el reelecto senador Uribe, su líder, quien se pone poncho y carriel, y habla como si fuera un abuelito paisa corrigiendo con paciencia a sus nietecitos. Eso de “doctor De la Calle” o “Doctor Vargas Lleras” solo nos recuerdan a viejos cacrecos como los expresidentes ochenteros.
            Además de eso, se usa una palabra bastante informal y significativa del habla colombiana: “man”. Curiosamente, proviene del inglés “man”, que significa “hombre”, como todos saben. La encuentro por primera vez en “Noche sin fortuna” de Andrés Caicedo, en un monólogo que imita el habla informal.
            Así pues, al usar una palabra tan colombiana, se apela al nacionalismo, a los sentimientos de pertenencia que nos generan nuestras palabras más entrañables. Música, nación y familiaridad, tres valores muy primarios del ser colombiano.
            Por su puesto, la frase en sí no dice nada. Como dijimos, “man” significa hombre. Y todo mundo sabe que Iván es un hombre, ¿para qué reiterarlo? Bueno, no está diciendo simplemente “Iván es un hombre”, sino “Iván es EL hombre”. El artículo “el” le da un sentido de que es único e irrepetible, el epítome de todos los hombres, el mejor hombre, el símbolo más sublime de lo masculino. Afortunadamente tiene su cuota femenina.
            A la vez que la frase no está diciendo nada, lo está diciendo todo. Es una manera de quitarle todo significado para inocular un sentido indeterminado, confuso, etéreo y perdido en la nada, que cala muy bien en la mente del votante.
            Pero mi favorito es “Iván es el que es”. Vuelve a usar la estrategia del nombre propio, para producir cercanía. Pero esta vez es aún más vacío de significado, pues la frase ni siquiera nos dice que sea un “man” o un hombre. No está diciendo quién es, sino que “es”, y eso ya lo dijo, es redundante.
            Sin embargo, sí algo que dice. “Es el que es” nos remite a una frase bíblica: “Yo soy el que soy”, que es Jehová, Yavhé, el señor de los ejércitos, el Dios del Antiguo Testamento, el Innombrable, que no puede decir su nombre porque este solo le es dado a los elegidos; además, su nombre es terrible y encarna un poder que resulta muy peligroso en boca del ser humano.
            No solo busca proyectarse como el defensor de la religiosidad en contra del fantasma del comunismo ateo, sino que se proyecta él mismo como un Dios. No importa que en Colombia la izquierda haya sido promotora de la libertad de cultos que les ha permitido a las iglesias evangélicas existir sin ser perseguidos.
            No importa que endiosar a un ser humano sea una herejía. A fin de cuentas, no está diciendo abiertamente que sea Dios, simplemente está haciendo una alusión somera a la divinidad cristiana.
            “Soy el que soy” no está aludiendo a ese Dios de amor del Nuevo Testamento, el que quiere que lo llamen Padre, que promueve el amor, el perdón y la reconciliación. Es Yavhé, el Dios que promueve la guerra, que busca la caída del enemigo, que pide sacrificios de sangre.  Y como Dios, es omnipotente y eterno. Y está bien que sea eterno, porque es Dios. No es el comunista ateo que sí se ve muy mal ante la eternidad. Y está bien que sea todopoderoso, porque cuando cerramos los ojos podemos creer que su poder está de nuestro lado.
            Estos lemas de campaña, pues, lo dicen todo y no dicen nada. Le hablan secretamente a la religión vacía de contenido que decimos con cada misa dominical, sin intención de perdonar al otro; sin estar dispuestos a poner la otra mejilla, sino el puño.
            Estos lemas le hablan al colombiano que se siente muy colombiano por decir “man”, portar la camiseta de la selección Colombia y cantar el himno nacional a todo pecho. El colombiano que se define, además, por no ser venezolano, porque cualquier idea que suene alternativa amenaza su identidad nacional con el peligro de “volverse Venezuela”.
            Estos lemas ensalzan una sensación de ritmo primaria, que nos lleva a bailar al son del que mejor cante, aunque cante mal. Un ritmo indefinible en el espectro de los significados.
            Pues bien, dos frases tan simples y tan bien pensadas logran hablarle a lo más primario y simple de nuestros impulsos: nacionalismo, religión y ritmo. Y así seguiremos, bailando a ese son, con la camiseta de una selección que quién sabe si pasará a segunda vuelta.


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