El paso de Iván Duque a la segunda vuelta presidencial
en Colombia, con una mayoría arrolladora, demuestra lo que significa ser
colombiano. Los lemas de campaña “Iván es el man” o “Iván es el que es” son
símbolo de esta identidad patria.
Para
comenzar, “Iván es el man” es un mote musical, rítmico, con la rima más
afortunada que el más genio poeta no hubiera logrado hallar: “Iván” rima con
“man” y suena casi como una cumbia o un vallenato. Así, pone a cantar a la
mente en un sonsonete pegajoso del que no se puede zafar.
Es
importante usar el nombre propio, “Iván”, y no el apellido, “Duque”, porque le
da familiaridad al asunto. Así hace también el reelecto senador Uribe, su
líder, quien se pone poncho y carriel, y habla como si fuera un abuelito paisa corrigiendo
con paciencia a sus nietecitos. Eso de “doctor De la Calle” o “Doctor Vargas
Lleras” solo nos recuerdan a viejos cacrecos como los expresidentes ochenteros.
Además
de eso, se usa una palabra bastante informal y significativa del habla
colombiana: “man”. Curiosamente, proviene del inglés “man”, que significa
“hombre”, como todos saben. La encuentro por primera vez en “Noche sin fortuna”
de Andrés Caicedo, en un monólogo que imita el habla informal.
Así
pues, al usar una palabra tan colombiana, se apela al nacionalismo, a los
sentimientos de pertenencia que nos generan nuestras palabras más entrañables.
Música, nación y familiaridad, tres valores muy primarios del ser colombiano.
Por
su puesto, la frase en sí no dice nada. Como dijimos, “man” significa hombre. Y
todo mundo sabe que Iván es un hombre, ¿para qué reiterarlo? Bueno, no está
diciendo simplemente “Iván es un hombre”, sino “Iván es EL hombre”. El artículo
“el” le da un sentido de que es único e irrepetible, el epítome de todos los
hombres, el mejor hombre, el símbolo más sublime de lo masculino.
Afortunadamente tiene su cuota femenina.
A la
vez que la frase no está diciendo nada, lo está diciendo todo. Es una manera de
quitarle todo significado para inocular un sentido indeterminado, confuso,
etéreo y perdido en la nada, que cala muy bien en la mente del votante.
Pero
mi favorito es “Iván es el que es”. Vuelve a usar la estrategia del nombre
propio, para producir cercanía. Pero esta vez es aún más vacío de significado,
pues la frase ni siquiera nos dice que sea un “man” o un hombre. No está
diciendo quién es, sino que “es”, y eso ya lo dijo, es redundante.
Sin
embargo, sí algo que dice. “Es el que es” nos remite a una frase bíblica: “Yo
soy el que soy”, que es Jehová, Yavhé, el señor de los ejércitos, el Dios del
Antiguo Testamento, el Innombrable, que no puede decir su nombre porque este
solo le es dado a los elegidos; además, su nombre es terrible y encarna un
poder que resulta muy peligroso en boca del ser humano.
No
solo busca proyectarse como el defensor de la religiosidad en contra del
fantasma del comunismo ateo, sino que se proyecta él mismo como un Dios. No
importa que en Colombia la izquierda haya sido promotora de la libertad de
cultos que les ha permitido a las iglesias evangélicas existir sin ser
perseguidos.
No
importa que endiosar a un ser humano sea una herejía. A fin de cuentas, no está
diciendo abiertamente que sea Dios, simplemente está haciendo una alusión
somera a la divinidad cristiana.
“Soy
el que soy” no está aludiendo a ese Dios de amor del Nuevo Testamento, el que
quiere que lo llamen Padre, que promueve el amor, el perdón y la
reconciliación. Es Yavhé, el Dios que promueve la guerra, que busca la caída
del enemigo, que pide sacrificios de sangre. Y
como Dios, es omnipotente y eterno. Y está bien que sea eterno, porque es Dios.
No es el comunista ateo que sí se ve muy mal ante la eternidad. Y está bien que
sea todopoderoso, porque cuando cerramos los ojos podemos creer que su poder
está de nuestro lado.
Estos
lemas de campaña, pues, lo dicen todo y no dicen nada. Le hablan secretamente a
la religión vacía de contenido que decimos con cada misa dominical, sin
intención de perdonar al otro; sin estar dispuestos a poner la otra mejilla,
sino el puño.
Estos
lemas le hablan al colombiano que se siente muy colombiano por decir “man”,
portar la camiseta de la selección Colombia y cantar el himno nacional a todo
pecho. El colombiano que se define, además, por no ser venezolano, porque
cualquier idea que suene alternativa amenaza su identidad nacional con el
peligro de “volverse Venezuela”.
Estos
lemas ensalzan una sensación de ritmo primaria, que nos lleva a bailar al son
del que mejor cante, aunque cante mal. Un ritmo indefinible en el espectro de
los significados.
Pues
bien, dos frases tan simples y tan bien pensadas logran hablarle a lo más
primario y simple de nuestros impulsos: nacionalismo, religión y ritmo. Y así
seguiremos, bailando a ese son, con la camiseta de una selección que quién sabe
si pasará a segunda vuelta.
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