Imagínese que usted va a terminar con su novia y le
dice: “Mirá, es que vos te has vuelto muy cansona con eso de tu negocio y no
has vuelto al gimnasio. Me conseguí otra que está más buena, y no jode tanto”.
No. Usted le diría: “Démonos un tiempo para pensar nuestra relación, no quiero
perder tu amistad”.
O
digamos que usted fue por enésima vez a tratar de sacar los documentos para su
pensión y la representante le dice: “No sea burro, aquí dice muy claramente
‘copia autenticada de su partida de bautismo’, lea bien antes de hacer la fila”.
No. Le dicen: “aaay, señor, le falta la copiecita autenticadita de la partidita
de bautismo. Usted tiene la copiecita, pero le falta el sellito de la notaría.
No se le pueden recepcionar los documentos si no están completicos”.
Para
poder sobrellevar la complejidad de las relaciones sociales, hacemos
diariamente uso de eufemismos. Todos los días, para sobrevivir en el ámbito
laboral, amoroso y social, debemos suavizar con el lenguaje los contenidos que
puedan resultar molestos u ofensivos.
Me refiero con sorpresa a la
entrevista que hizo Paola Guevara al psiquiatra Carlos Climent, a propósito de
su nuevo libro “Asuma la gerencia de su vida”. Él manifiesta la necesidad de
expresarnos más directamente sobre los asuntos negativos, criticando el hecho
de que los colombianos usamos muchos eufemismos.
Esto
puede ser válido desde el punto de vista de la introspección terapéutica, pero
no en el ámbito sociolingüístico. Los eufemismos existen en todas las lenguas y
son parte intrínseca de la interacción social.
Como dice el sociólogo Erving
Goffman (1922-1982), todo el tiempo estamos proyecto una imagen falsa de
nosotros mismos, como si estuviéramos actuando. Nos levantamos, nos bañamos,
nos peinamos, afeitamos o maquillamos, nos ponemos una ropa adecuada para la
ocasión, nos cepillamos los dientes… Nos estamos preparando para el gran teatro
de nuestro día, tan necesario para conseguir el sustento.
Solo
cuando estamos en el baño, solos con nosotros mismos, estamos fuera de esa
caracterización teatral. Por eso no hablamos con otras personas sobre lo que
ocurre en el baño. Y cuando tenemos la necesidad de hacerlo, usamos nada menos
que eufemismos.
Los
eufemismos relacionados con el fenómeno de la excreción son de vieja data,
igualmente los relacionados con el sexo también, un evento de carácter privado.
Los ejemplos que encontré están documentados desde el siglo XVI en escritos de
colonizadores españoles en América. “Hacer del cuerpo” para defecar y “partes
pudendas” para los órganos sexuales son algunos de ellos.
Para el acto sexual se usaba
el término “refocilar”, que significa en principio “recrearse”, pero desde el
siglo XVI se documenta referido al acto sexual. Un ejemplo cervantino es cuando
el caballo de Don Quijote se encuentra con unas potras: “que a Rocinante le
vino en deseo de refocilarse con las señoras facas” (1605).
Y no solo ocurre en español.
Se aprecia también en inglés: el término “bowel movement” (movimiento
intestinal) se usa para el acto de la excreción; las partes pudendas son
“privates” (partes privadas). Y así como hoy en día se dice “acostarse con”
para referirse al acto sexual sin mencionarlo directamente, en inglés se usa “sleep
with” (dormir con).
Es posible, sin embargo, que
sí haya una mayor productividad de eufemismos en la esfera política, como bien
señala Diego Martínez Lloreda. Y esto ocurre ante la necesidad de legitimar
políticas autoritarias en regímenes democráticos.
Un ejemplo tiene que ver con
la tortura. En la época de la Inquisición, se usaba el término “tormento”,
directo y al grano, para referirse a la aplicación de dolor sobre la persona
para obtener información de ella. No tenían necesidad de eufemismos, porque su
acción ya estaba legitimada por la religión como ideología dominante.
Hoy en día se usa en inglés un
término muy interesante: “Enhanced Interrogation Techniques” (Técnicas
Mejoradas de Interrogación). No se puede hablar abiertamente de “tortura”, pues
la práctica que va contra el Derecho Internacional Humanitario. Se debe
legitimar esta práctica enfatizando en que se trata de un “interrogatorio”. La aplicación
de dolor solo hace más efectiva la acción de interrogar.
Los
políticos colombianos han aprendido muy bien la lección y, como afirma Diego
Martínez Lloreda, se usa “Ley de Financiamiento” para referirse al aumento de
impuestos. “Reforma tributaria” era un eufemismo de por sí, pero como ninguna
reforma tributaria ha sido para bajar los impuestos, fue adquiriendo un sentido
peyorativo. Perdió el poder suavizador del eufemismo.
En
Estados Unidos la corrección política es mucho más exigente que en Colombia. No
es prudente mencionar directamente la raza de nadie, mientras que en Colombia
el elemento racial es muy productivo en la creación de apodos: el “negro”, el
“indio”, el “mono” (rubio), “mono perico” (muy rubio)…
En
inglés también es imprudente referirse a la apariencia física de la persona,
mientras que en Colombia decimos la “flaca”, mi “gordita”, el “enano” (alguien
muy bajito), “vara de premios” (alguien muy alto), el “chato”, el “cojo”.
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