Advertencia: Comentario lleno de spoilers. No lo lean si quieren
leer el libro o ver la película sin dañarles el suspenso.
Vampyr, de Carolina Andújar, es una novela sobre el
feminismo como nueva represión contra el deseo sexual de la mujer. La
protagonista, Martina, es una joven determinada e independiente, que no se
quiere casar. Sin embargo, empieza a luchar contra su deseo y a fragmentar los
elementos de esta represión.
Martina construye un objeto de deseo escindido: uno es
Almos, el vampiro bueno, y el otro es Ujvary, el vampiro malo. Ambos son
facetas del hombre deseado. Almos es el protector y enamorado que la persigue
desde mucho antes de que ella advierta su presencia. En realidad, encarna una
fantasía muy femenina de ser observada por otro invisible, de ser acosada. Ujvary
es el hombre hipermasculino y cuasi-animal, que representa la
cualidad más primitiva del sexo. Ujvary está a punto de violar a Martina, pero
Almos la salva. Es el vampiro bueno ejecutando la represión, salvando a Martina
de su propio deseo.
Recordemos
que Ujvary ha violado varias veces a Amalia, compañera de Martina en el internado, y la ha convertido en vampira. Martina
entonces realiza, junto con su amiga Carmen, el ritual de liberación y matan a
la Amalia vampírica. Es la manera como Martina expresa los celos que le causa
que Ujvary poseyera a otra.
La condesa de Bathory encarna, pues, los deseos sexuales
reprimidos de Martina. Bathory es la Martina deseante, malvada, animal, capaz
de cometer los crímenes más horrendos con tal de acceder a su objeto de deseo:
Almos, el vampiro bueno. Bathory está obsesionada con Almos, ha perseguido a otros hombres de su
misma familia desde hace siglos. Ahora persigue a Martina para apoderarse de sus tierras.
En realidad, Martina ha inventado a esa mujer vampírica
para desplazar su identidad de deseante. Transfiere la percepción de su deseo sobre
esa mujer. Como no puede afrontar que experimente ese deseo, pues se supone que
debe ser autónoma y no depender de un hombre, construye la fantasía de esa
condesa de Bathory que encarna todo lo que Martina quiere ser.
Al fin y al cabo, Martina también es una vampira. Recordemos
que Bathory le ha propinado una herida. Y sigue siendo vampira simbólicamente
aunque haya sido “cuarada” por el antídoto.
Por último, los símbolos religiosos funcionan como elementos
paliativos que le ayudan a sobrellevar la ansiedad que le produce la represión
de su deseo sexual. La cruz, el agua bendita y el vino consagrado alejan a los
vampiros. Además, los vampiros buenos pueden calmar su sed de sangre tomando
agua bendita, vino consagrado o la hostia, y así no necesitan beber sangre. En
otras palabras, la religión les permite calmar la ansiedad que les causa
reprimir su deseo.
Martina quiere mantenerse independiente, pero el amor de
Almos la subyuga. Para mantener su independencia, se ve obligada a desplazar
sus deseos sexuales sobre esa fantasía de estar siendo observada. De esta
manera, puede olvidarse de que en realidad desea a Ujvary, ese hombre
animalesco que le ofrecería el tipo de sexo que ella en realidad le gustaría experimntar.
Para nadie es un secreto que los vampiros tradicionales
representan el deseo sexual. La idea del vampiro bueno y protector ya está en Twilight. Los vampiros buenos, pues,
representan la represión del deseo sexual que imponen los feminismos
contemporáneos, la necesidad de decirse a sí misma: yo no deseo un hombre que me someta sexualmente, aunque en realidad
lo deseen. Ya dijo Zizek por ahí que el sexo siempre implica un sometimiento.
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