Sunday, June 24, 2018

Pienso de que


Publicado en El País de Cali, Gaceta Dominical, 17 de junio de 2018

Se escucha frecuentemente a los futbolistas decir “yo pienso de que el partido estuvo muy difícil y hay que seguir trabajando”, como nota Álvaro Castellanos en su texto “Obviedades futboleras”. Pues bien, este “de” suena mal, un error, pues la mejor opción sería decir “yo pienso que el partido estuvo muy difícil”.
            La palabra “que” está conectando dos oraciones diferentes: una es “pienso” y otra es “el partido estuvo muy difícil”. La segunda oración aparece anclada a la primera como un objeto. Si uno dice “yo pienso eso”, la palabra “eso” se refiere a toda la idea que se piensa, sin que sea necesaria la palabra “que”.
            En lenguaje formal se puede incluso suprimir la palabra “que”, como en “Creemos es necesario reiniciar el estudio”. Esto sobre todo referido a verbos de pensar, para introducir ideas. Aparece en 1577 en Santa Teresa de Jesús: “creo es imposible olvidarlas todas”.
            También se encuentra, ya en menor proporción, pero todavía posible, en el siglo XX: “La leyenda medieval de Madrid edificado sobre el agua creo es bastante demostrativa de que los ‘viajes’ seguían existiendo”, en un autor español llamado Jaime Oliver Asín, de 1959.
            Como vemos, si se puede omitir el “que”, ¿entonces ponerlo es un error? Si se puede omitir el “de”, ¿ponerlo es también un error?
Este uso sin “que” se debe tal vez a cierta influencia del latín, donde la inclusión de una segunda frase no necesitaba ninguna palabra equivalente a “que”. Había otras maneras de concatenar las oraciones. Los autores de los siglos XVI y XVII trataban de copiar la sintaxis latina, y por eso se encuentran casos de omisión de “que” en la base de datos histórica de la Real Academia.
Lo que se utiliza solo en el lenguaje escrito o académico no existe. Pero en todo caso, muestra que existen grandes diferencias en el uso de “de” y “que” como para hablar de un “error”.
Un ejemplo de las numerosas en el uso de “de” con verbos es con “deber”. En Colombia decimos “Ella debe haber salido a las 2pm”, para indicar incertidumbre. Es decir, significa “Creo que ella debe haber salido a las 2pm”. Al igual que “pensar”, el verbo “deber” introduce una idea, pero usa el verbo en infinitivo sin “que”.
            A un colombiano sonaría a error poner un “de” después de “deber”, como diciendo “Ella debe de haber salido a las 2pm”. Sin embargo, el Diccionario Panhispánico de Dudas dice que, cuando indica incertidumbre, es perfectamente aceptable decir “deber de”. Es decir, la palabra “de” se puede poner o quitar.
¿Por qué se puede poner o quitar el “de” en “Debe (de) haber salido a las 2pm”? ¿Y por qué se puede poner o quitar el “que” en “Creo es imposible olvidarlas todas”? Porque así es la norma, arbitraria. Mejor dicho, “pienso de que” está mal porque lo dice el futbolista, del cual tenemos un prejuicio, el prejuicio de que no es una persona educada.
            Ahora bien, la preposición “de” también puede significar “acerca de”, “sobre”, “con referencia a”… Por ejemplo, uno le puede pedir a alguien que sale de la casa: “Acuérdese del azúcar”, para pedirle que recuerde comprar el azúcar. O alguien puede afirmar: “Me dijo del matrimonio”, como para expresar “me habló sobre el matrimonio”.
            También podría decirse “Acuérdese de que tiene que traer el azúcar”, donde “acordarse” indica una acción mental, como ocurre con “pensar”. Solo que “acordarse” tiene un sentido más dinámico que “pensar”, “acordarse” es un movimiento en el recuerdo, en la memoria: antes no estaba el azúcar en la memoria, y luego ya empieza a estar. Pues bien, el futbolista cuando dice “Pienso de que”, podría estar usándolo en un sentido dinámico.
O alguien puede decir: “Me dijo de que viniera al matrimonio”, para significar “Me habló de la importancia de que viniera al matrimonio”.
Pero observemos los datos históricos sobre “pienso de”. En la edad media, aparecen oraciones como “pienso de tornar bien ayna” (1313, Cuento de don Tristán de Leonís), como en “tengo la intención de regresar pronto”. También se lee: “todo el mal que yo pienso de fazer” (1400, Biblia ladinada), que significa “todo el mal que tengo la intención de hacer”.
Se encuentra “de” hasta el siglo XVII. De hecho, aparece en Cervantes. Hoy en día, no es necesario poner “de” para indicar intención. Uno puede decir simplemente “pienso regresar mañana”, sin necesidad de “de”.
Pues bien, es posible que “pienso de que” sea un residuo de este uso antiguo, que obligaba a poner “de” en ciertos usos de “pensar”. Aunque no aparece exactamente “pienso de que”, tanto “de” como “que” son palabras tan variables, omisibles en diversos contextos, que luego estigmatizar “pienso de que” como un error podría llevarnos a innumerables paradojas.


Wednesday, June 13, 2018

13 Reasons Why

Publicada en Gaceta Dominical de El País, 10 de junio de 2018

La serie de Netflix 13 Reasons Why (Por 13 razones) ha desatado una polémica, pues supuestamente incita al suicidio. Un padre de familia en Estados Unidos ha impuesto una acción legal en contra de Selena Gómez, productora de la serie, pues la hija del denunciante se suicidó después de ver la serie.
Curiosamente, en la segunda temporada, estrenada el 18 de mayo, se advierte que la serie es para audiencias maduras y que debe ser visto con un “adulto responsable”. Luego, ¿no es una serie para adolescentes, pues? Al parecer no, es una serie para adultos con tema adolescente.
Y sí, el artificio narrativo es bastante complejo, algo que más valoraría un adulto. En la primera temporada, la historia se cuenta a partir de la voz de Hannah en unos casetes que ha grabado antes de cortarse las venas. Cada lado del casete está dedicado a una de las personas que ha tomado parte en su decisión de quitarse la vida. Sufre injustamente la fama de ser una chica “fácil”, lo que la lleva a ser víctima de matoneo, acoso sexual y aislamiento.
Además de eso, se enfoca en el impacto que tiene la escucha de los casetes en un chico llamado Clay. Él es de buenos sentimientos y siempre estuvo enamorado de ella. Escuchar el testimonio de Hannah lo hace atormentarse una y mil veces por lo que pudo haber sido y no fue.
La cámara sigue lo que Clay va imaginando de la historia de Hannah, que alterna con nuevos acontecimientos del presente. Así, el espectador deambula en el tiempo. Como ocurre en el duelo: una persona se siente estancada en el pasado, en los eventos no terminados, a medida que el presente impone nuevos retos tan difíciles de sobrellevar cuando ni siquiera se ha superado el pasado.
La segunda temporada sigue el juicio que se realiza contra la escuela, subsiguiente a la acción legal que han interpuesto los padres de Hannah. Estudiantes y profesores empiezan a testificar y a contar su verdad. Vuelven a alternar escenas del pasado y del presente: del pasado, desde el punto de vista del testigo; del presente, con una profundización mayor sobre las historias de vida de los compañeros de Hannah.
Cada capítulo sigue la voz de uno de los testigos. Esta se va convirtiendo en una voz en off que reflexiona sobre la complejidad de los nuevos acontecimientos. La multiplicidad de voces empieza a revelar nuevas verdades sobre Hannah. La “verdad” sobre lo que realmente ocurrió parece no lograr develarse del todo.
Los padres de familia, además, empiezan a descubrir la cantidad de secretos de sus hijos. El espectador, pues, es como un padre de familia, que va descubriendo aquellos secretos. Pero siempre queda la sensación incómoda de que la verdad nunca va a saberse.
Los realizadores de la serie reiteran que el propósito de la serie era “empezar una conversación” sobre diversas situaciones que afectan a los adolescentes: el consumo de drogas, el abuso sexual, el matoneo… Por eso se equivoca en la audiencia a quien va dirigida.
He leído comentarios a la serie y muchos adolescentes dicen que Hannah es muy dramática, que no era para tanto, que muy exagerada. El adolescente que ha ejercido el matoneo puede no empatizar con Hannah tan fácilmente.
El que ha sufrido el matoneo, en cambio, empatizará con Hannah de una manera muy peligrosa: leerían la ficción desde una fantasía del suicidio como un mecanismo de comunicación. Observarían que sería más fácil comunicarse si ya no estuvieran vivos, así podrían decirlo todo sin constricciones sociales.
La serie busca educar al adulto sobre cómo abordar su relación con los adolescentes y cómo descifrar sus secretos. A veces incluso puede leerse una crítica a la situación socioeconómica y el violento crecimiento de las corporaciones.
Los padres de Hannah atraviesan por una crisis económica. Una cadena de almacenes ha llegado al pueblo y se está llevando todos los clientes que antes tenían. Por estar tan ocupados en sus problemas financieros, no se dan cuenta de lo que está ocurriendo con su hija. La megacorporación es como el “matoneador” de la frágil economía local.
Por su parte, el líder de los matoneadores, Bryce, es un chico de gran capacidad económica, que de alguna manera ejerce este chantaje sobre sus compañeros. Los demás lo secundan, para ser invitados a sus fiestas, jugar videojuegos en su casa y alcanzar un estatus alto en la pequeña sociedad que es la escuela.
En Estados Unidos, es normal que todas las personas envíen a sus hijos a la escuela pública. Aunque alguien tenga la capacidad económica para escoger una escuela privada, se puede preferir la escuela pública por el acceso a diferentes bienes y privilegios. Bryce, por ejemplo, puede pertenecer al prestigioso equipo de baseball y football de la escuela.
              Por esta razón, en Estados Unidos la escuela es un microcosmos que semeja la sociedad en general. Allí, los muchachos están expuestos a una gran cantidad de tensiones sociales. Y en el caso de Hannah, no todos sobreviven.

Respeto

Versión de la publicada en Las2Orillas

¿Qué es el “respeto”, de dónde viene y qué implicaciones tiene en este contexto? Hagamos una breve revisión histórica.
            “Respeto” es la versión moderna de los conceptos medievales de “honor” y “honra”. Volvamos a la península Ibérica, donde se originan muchas de nuestras palabras, conceptos y valores.
Recordemos que entre los siglos VIII y XIV se llevó a cabo una lucha de los reinos cristianos del norte por recuperar los territorios ocupados por los musulmanes, en el sur de la Península. Para legitimar esta lucha, se necesitaba crear un estatus social para el ejército de caballería, que representaba uno de los efectivos más poderosos de la estrategia militar de la época. De esta manera, se idealizó el estatus del “caballero” (militar de a caballo).
Se fue construyendo la idea de que los caballeros eran una especie superior de ser humano, dignos de una consideración especial, y a esta se le llamó “honor”. La valentía, la lealtad al rey y la fe cristiana eran virtudes que el caballero debía ostentar para hacer valer su propio “honor”. Esto se puede leer en el “Libro de la orden de caballería” del místico catalán Ramón Llull, en el siglo XIII.
            “Honrar” al caballero se erigió con un deber moral de todos los entes sociales. La “honra”, pues, era la manifestación social del “honor”. Al caballero se le honra llamándole “don”, arrodillándose ante él y besándole la mano, por ejemplo.
La esposa del caballero también se hacía merecedora de esta consideración. De ahí fue surgiendo la idea de la “honra” de la mujer casada que debía preservarse a toda costa. Por extensión, la mujer no-casada también debía honrar a su futuro marido, preservando su cuerpo.
¿Y los hijos de los caballeros? También se mostraron como merecedores de “honra”. De hecho, las guerras de reconquista no durarían para siempre, pero sí se creó esa idea de superioridad de los descendientes de los caballeros medievales. Así surgió la idea de “nobleza”.
Se le concedía al caballero y su descendencia una cierta sacralidad que había que reconocer de manera activa. Este reconocimiento era la “honra”. Pues bien, el “respeto” era más bien una actitud pasiva respecto a todo lo sagrado, no solo la persona. La “honra” se refiere al ser humano, el “respeto” a todo ser existente, humano o no, siempre y cuando tenga cierta sacralidad.
El “respetar” al rey, por ejemplo, implica mantener la distancia, no hablarle, no mirarlo directamente, entre otras cosas. Se debe “respetar” un objeto sagrado, como el copón eucarístico o el altar como lugar sagrado, no tocándolo o acercándose a él. Solo un sacerdote estaría autorizado para ingresar en el espacio de lo sagrado.
Las bases de datos históricas de la Real Academia muestran que la palabra “honra” se usa muy frecuentemente por escrito hasta el siglo XVI. En el siglo XVII, empieza a declinar el uso de esta palabra a favor “respeto”. A partir de ese momento, “respeto” se encuentra mucho más frecuentemente que “honra”, lo que obliga a preguntarnos: ¿qué pasó entre los siglos XVI y XVII?
El siglo XVII coincide con la consolidación del ascenso de una clase social en América. Marineros, militares y comerciantes españoles lograron cargos burocráticos que les otorgó el acceso a una clase social más elevada, que en España estaba reservada a la nobleza, por familia.
Este movimiento social fue haciendo reemplazar el concepto de “honra” por uno más democrático: el de “respeto”. Mientras que la “honra” implica una sacralidad dada por ser familia de la antigua caballería, el “respeto” implica una sacralidad no tan condicionada. Se empieza a considerar que todo ser humano es merecedor de respeto.
Es la época en que todas las personas empiezan a exigir para sí el título de “vuestra merced”, “don” y “doña”. De hecho, “vuestra merced” se usa tan frecuentemente que termina en “vuested” y de allí surge “usted”.
A pesar de la democratización moderna del “respeto”, este mantuvo algunos de los sentidos que tenía el viejo concepto de “honra”. Por ejemplo, una persona “respetable” es alguien de alto estatus social, por virtud, merecimiento o familia. Decimos “don” y “doña”, viejos títulos nobiliarios, para mostrar “respeto” a una persona en razón de su edad. Una mujer que se “respeta a sí misma” es aquella que cuida su cuerpo para los deberes de matrimonio. 
El respeto por la dignidad humana, no obstante, se refiere a una cualidad intrínseca de la persona. Si profiero una palabra injuriosa contra una persona estoy atentando contra la dignidad humana. Hay palabras injuriosas de por sí, como los insultos.
Cuando decimos que se debe respetar una idea, una posición política o una opción de voto, estamos volviendo a sacralizar elementos no humanos. Estamos volviendo a la noción medieval de “respeto”.
Esto me parece muy grave, porque estamos atentando contra la libre expresión. Exigir “respeto” por las ideas es una forma de censura. Y por supuesto, detrás viene todo un ideario respecto a la “honra” y la nobleza caballeresca, que el estado social de derecho había superado convenientemente.
Nada mejor para cerrar cualquier debate que te digan: “Respeto tu opinión, pero no la comparto”. Que no te la respeten, que te den argumentos y que discutan. O peor aún, cuando tú dices: “La tierra es redonda” y te respondan: “Respeto tu opinión, pero no la comparto”. Esto ya no se refiere a una opinión, sino a un hecho. Y los hechos son incontrovertibles.

Monday, June 4, 2018

Iván es el man

Publicado en la Gaceta Dominical de El País, 3 de junio de 2017

El paso de Iván Duque a la segunda vuelta presidencial en Colombia, con una mayoría arrolladora, demuestra lo que significa ser colombiano. Los lemas de campaña “Iván es el man” o “Iván es el que es” son símbolo de esta identidad patria.
            Para comenzar, “Iván es el man” es un mote musical, rítmico, con la rima más afortunada que el más genio poeta no hubiera logrado hallar: “Iván” rima con “man” y suena casi como una cumbia o un vallenato. Así, pone a cantar a la mente en un sonsonete pegajoso del que no se puede zafar.
            Es importante usar el nombre propio, “Iván”, y no el apellido, “Duque”, porque le da familiaridad al asunto. Así hace también el reelecto senador Uribe, su líder, quien se pone poncho y carriel, y habla como si fuera un abuelito paisa corrigiendo con paciencia a sus nietecitos. Eso de “doctor De la Calle” o “Doctor Vargas Lleras” solo nos recuerdan a viejos cacrecos como los expresidentes ochenteros.
            Además de eso, se usa una palabra bastante informal y significativa del habla colombiana: “man”. Curiosamente, proviene del inglés “man”, que significa “hombre”, como todos saben. La encuentro por primera vez en “Noche sin fortuna” de Andrés Caicedo, en un monólogo que imita el habla informal.
            Así pues, al usar una palabra tan colombiana, se apela al nacionalismo, a los sentimientos de pertenencia que nos generan nuestras palabras más entrañables. Música, nación y familiaridad, tres valores muy primarios del ser colombiano.
            Por su puesto, la frase en sí no dice nada. Como dijimos, “man” significa hombre. Y todo mundo sabe que Iván es un hombre, ¿para qué reiterarlo? Bueno, no está diciendo simplemente “Iván es un hombre”, sino “Iván es EL hombre”. El artículo “el” le da un sentido de que es único e irrepetible, el epítome de todos los hombres, el mejor hombre, el símbolo más sublime de lo masculino. Afortunadamente tiene su cuota femenina.
            A la vez que la frase no está diciendo nada, lo está diciendo todo. Es una manera de quitarle todo significado para inocular un sentido indeterminado, confuso, etéreo y perdido en la nada, que cala muy bien en la mente del votante.
            Pero mi favorito es “Iván es el que es”. Vuelve a usar la estrategia del nombre propio, para producir cercanía. Pero esta vez es aún más vacío de significado, pues la frase ni siquiera nos dice que sea un “man” o un hombre. No está diciendo quién es, sino que “es”, y eso ya lo dijo, es redundante.
            Sin embargo, sí algo que dice. “Es el que es” nos remite a una frase bíblica: “Yo soy el que soy”, que es Jehová, Yavhé, el señor de los ejércitos, el Dios del Antiguo Testamento, el Innombrable, que no puede decir su nombre porque este solo le es dado a los elegidos; además, su nombre es terrible y encarna un poder que resulta muy peligroso en boca del ser humano.
            No solo busca proyectarse como el defensor de la religiosidad en contra del fantasma del comunismo ateo, sino que se proyecta él mismo como un Dios. No importa que en Colombia la izquierda haya sido promotora de la libertad de cultos que les ha permitido a las iglesias evangélicas existir sin ser perseguidos.
            No importa que endiosar a un ser humano sea una herejía. A fin de cuentas, no está diciendo abiertamente que sea Dios, simplemente está haciendo una alusión somera a la divinidad cristiana.
            “Soy el que soy” no está aludiendo a ese Dios de amor del Nuevo Testamento, el que quiere que lo llamen Padre, que promueve el amor, el perdón y la reconciliación. Es Yavhé, el Dios que promueve la guerra, que busca la caída del enemigo, que pide sacrificios de sangre.  Y como Dios, es omnipotente y eterno. Y está bien que sea eterno, porque es Dios. No es el comunista ateo que sí se ve muy mal ante la eternidad. Y está bien que sea todopoderoso, porque cuando cerramos los ojos podemos creer que su poder está de nuestro lado.
            Estos lemas de campaña, pues, lo dicen todo y no dicen nada. Le hablan secretamente a la religión vacía de contenido que decimos con cada misa dominical, sin intención de perdonar al otro; sin estar dispuestos a poner la otra mejilla, sino el puño.
            Estos lemas le hablan al colombiano que se siente muy colombiano por decir “man”, portar la camiseta de la selección Colombia y cantar el himno nacional a todo pecho. El colombiano que se define, además, por no ser venezolano, porque cualquier idea que suene alternativa amenaza su identidad nacional con el peligro de “volverse Venezuela”.
            Estos lemas ensalzan una sensación de ritmo primaria, que nos lleva a bailar al son del que mejor cante, aunque cante mal. Un ritmo indefinible en el espectro de los significados.
            Pues bien, dos frases tan simples y tan bien pensadas logran hablarle a lo más primario y simple de nuestros impulsos: nacionalismo, religión y ritmo. Y así seguiremos, bailando a ese son, con la camiseta de una selección que quién sabe si pasará a segunda vuelta.


Friday, June 1, 2018

Español: lengua sin futuro


No, no es lo que usted piensa. No es que los jóvenes estén acabando con el idioma y que por eso no hay futuro para el español. Es que el español no tiene conjugación de futuro.
            Sí, como lo oye. No la tiene. ¿Y entonces? ¿“Seré, serás, será, seremos, seréis, serán”? ¿Qué es? Pues se le llama futuro, sí, pero en español más o menos desde el siglo XVI ya NO indica tiempo futuro. Indica duda.
            En los documentos coloniales encontramos frecuentemente frases como “habrá seis días que vino a este pueblo”. La conjugación “habrá” está en futuro, pero el punto de referencia es el pasado, como demuestra “vino”. Lo que quiere decir es “más o menos hace seis días…”, es decir, la conjugación de futuro expresa duda, aproximación, conjetura…
            Por ejemplo, son las 10 am y esperamos a un amigo. Son las 10:15 y no ha llegado. No contesta al teléfono. No sabemos dónde está. Decimos: “¿dónde estará?”. Y la respuesta del otro podría ser: “Estará en el bus”. Es decir, “estará” de la pregunta se refiere a que no sabemos dónde está, y la respuesta “estará en la casa” se refiere a que posiblemente esté en el bus. Es decir, un momento presente, no futuro.
            O digamos que hay dos amigas conversando sobre un muchacho. Una le dice: “Yo creo que le gustas” y la otra le responde: “ay, ¿será?”. También se refiere al presente, no al futuro.
            El gramático chileno Andrés Bello, en 1857, lo explicaba así: “Si alguien nos pregunta qué hora es, podemos responder, son las cuatro, o serán las cuatro, expresando son y serán un mismo tiempo, que es el momento en que proferimos la respuesta; pero son denotará certidumbre, y serán cálculo, raciocinio, conjetura”.    Si no estamos viendo el reloj, diríamos “serán las cuatro”.
            En latín, el futuro tenía otra conjugación completamente diferente. Pongo como ejemplo la primera y segunda conjugación, esto es, verbos terminados en “are” y “ere” (con “e” larga). El “amare” era “amabo, amabis, amabit, amabimus, amabitis, amabunt”. En general, se le agregaba una “bi”, excepto en la forma “yo” (“bo”) y “ellos” (“bu”).
            La conjugación de futuro en latín desapareció por completo de las lenguas romances. Estas formaron una nueva conjugación de futuro a partir del infinitivo más el verbo “haber”. Recordemos la conjugación: “he, has, ha, hemos, h(ab)eis, han”. Esto en realidad suena “é, ás, á, émos, éis, án”. Ahora tomemos un verbo en futuro: “cantar” y le agregamos estas formas, como por ejemplo, “cantar” + “é”, queda “cantaré”. Tarán: tenemos las conjugaciones de futuro.
            Es como cuando se dice actualmente “he de cantar”, “has de amarme”, “habrás de votar por Uribe…” así. En un principio tenía el sentido de obligación. Es decir, “cantar + é” significaba “tengo que cantar”. Esto ocurrió en la edad media.
            Toda obligación o deber se refiere a un evento del futuro. Luego fue perdiendo su sentido de obligación y pasó a significar solo futuro. Pero todo evento futuro está enmarcado por un sentido de duda. Nadie sabe a ciencia cierta lo que va a pasar, así que el futuro es más bien una conjetura.
            El español, pues, perdió en la lengua hablada el sentido de futuro en esta conjugación. El futuro “cantaré” se usa como tal solamente en lo escrito. Pero ojo: lo que no se dice oralmente, no existe. Es un puro artificio de la lengua formal.
El futuro de duda se encuentra desde la edad media. La investigadora Jesse Aaron lo reporta por primera vez en la Celestina (1499). La Celestina le dice a Calisto que sus hechizos para producir matrimonios siempre son efectivos. Él le contesta que tal vez se puedan considerar matrimonios de cuerpo, pero no de alma: “Eso será de cuerpo, madre, pero no de gentileza, no de estado, no de gracia y discreción”.
            El único futuro del español que puede decirse que sí existe es con el verbo “ir”, como en “voy a salir mañana”, que se refiere a un plan que uno tiene. “Ir” significa desplazarse de un lugar a otro. Pues bien, todo comenzó cuando se expresaba el propósito de un desplazamiento, como en: “yo voy a besar los pies de su magestad a su corte”, ejemplo que encuentra la investigadora Micaela Carrera de la Red en 1534, en una base de datos llamada CORDIAM (Corpus Diacrónico del Español de América).
            En el ejemplo, “voy” expresa desplazamiento hasta la corte del rey, pero a la vez el propósito de este, que es “besar los pies”. Y todo propósito o plan se refiere a un tiempo futuro.
“Ir a” empezó a usarse ya como futuro tal cual en el siglo XVII, pero no es una conjugación propiamente dicha. Se necesita del verbo “ir”, la preposición “a” y el verbo en infinitivo. Es decir, necesitamos varias palabras para formar el verbo: es lo que se conoce como una “perífrasis verbal”.
            El futuro como duda se usa en todo el mundo hispanohablante. Algunos académicos lo consideraron un vicio del lenguaje latinoamericano, pero conforme avanzó la investigación se dieron cuenta de que los españoles también lo usan. Y el futuro como tiempo, en cambio, solo aparece en el lenguaje formal o en la escritura: no existe, el español no tiene futuro.
Cuando la amiga dice: “ay, ¿será?” para referirse al momento presente, y no al futuro, como indica la conjugación, está siguiendo esa tradición que viene probablemente desde finales de la edad media.