Se burlan del lenguaje incluyente preguntándose por
qué los hombres no exigen que se les llame “el víctimo” por “la víctima” o “el
persono” por “la persona”. Pues bien, el feminismo tampoco reclama “la testiga”
por “el testigo” o “la ser humana” por “el ser humano”.
Estas son palabras invariables
en el género, tanto que no podemos decir ni siquiera “el víctima” o “la víctima
está enfermo”, sino “la víctima está enferma”, aunque se trate de un hombre. De
la misma manera, no decimos “ella es una ser humana” sino “ella es un ser
humano”. La palabra “ser” es masculina e invariable.
Por esta razón, palabras como “víctima”,
“persona”, “ser humano”, “testigo” o “sujeto” son genéricas, se aplican tanto a
mujeres como a hombres. Esto por cuanto apelan a cualidades abstractas de lo
humano, y como abstracción, se tratan gramaticalmente como objetos.
En cambio,
como argumentamos en otras entradas (véase aquí y aquí), palabras como “todos”
o adjetivos como “ciudadanos” no son genéricos, pues implica la presencia de
hombres. Es decir, si hay solo hombres, se usa la terminación en “os”; si hay
hombres y mujeres, también; lo que implica que la presencia de las mujeres no
interesa a la mención del grupo, solo la
de los hombres.
La exclusión
de género está muy integrada al sistema morfológico de la lengua, por lo que
considero muy difícil lograr un lenguaje inclusivo que no rompa el sistema
morfológico o que atente contra el principio de economía del lenguaje. Si decimos
“todes”, estamos creando un nuevo morfema.
La
historia de la lengua ha demostrado que el cambio morfológico no ocurre
conscientemente, porque una persona diga “usemos este morfema”. Esto solo
ocurre espontáneamente en el uso de los hablantes. Puede que los políticos y
juristas que estén actualizados en temas de derechos humanos lo tengan que usar
en documentos oficiales, pero esto no significa que el lenguaje común lo
acepte. El lenguaje común cambia en el habla cotidiana.
Hay que
aceptar que el machismo es parte de la lengua porque la lengua forma parte de
una larga tradición de cultura patriarcal. Hay que aceptar que no podemos plantear
rupturas radicales en el uso de la lengua. Por lo tanto, es mejor crear una
propuesta de lenguaje incluyente que pueda promoverse desde lo cotidiano, sin
alterar sustancialmente la morfología de la lengua ni el principio de economía,
y que se pueda usar en la oralidad. Esta va a ser una de mis próximas entradas.
P.D. Dejen de decir “las feministas”, que también hay
hombres feministas, y son muchos.
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