Thursday, May 4, 2017

Sumercé

Tome chicha sumercé

Publicado en El País abril 30/2017

            Caminando por las calles de La Candelaria, en Bogotá, encontré un anuncio que decía “Tome chicha sumercé”, con los colores y el estilo de letra de cierta marca de gaseosa norteamericana. Me pareció muy ingenioso, porque promovía el consumo de la chicha como licor tradicional autóctono, parodiando la publicidad de una bebida extranjera, lo que constituía una afirmación de identidad regional. La palabra “chicha”, en todo caso, ni siquiera es de origen autóctono, pero esta es otra historia.
Durante mucho tiempo “sumercé” estuvo relegado al habla de clases sociales bajas, lo que podría haber conducido a su desaparición, pero las nuevas generaciones de clase media y alta han revitalizado su uso. El “sumercé” se ha convertido recientemente en un símbolo del ser bogotano. Sin embargo, no es un pronombre tan bogotano como los bogotanos quisieran creer.
El “sumercé” es una forma de pronunciar “su merced”. En español es normal que la “d” al final de una sílaba se pronuncie tan suave que desaparezca. De hecho, en la conversación informal, la gente dice “ciudá”, “usté” y “universidá”. Los que tratan de hablar bien hacen una “d” tan fuerte que termina siendo “t”, diciendo “ciudát”, “ustet” y “universidat”. La “d” al final de la sílaba como tal es muy difícil de pronunciar para cualquier hispanohablante.
            El “su merced” empieza a formarse en España en el siglo XV, esto es, a finales de la edad media. En esa época existía otro pronombre que servía para expresar respeto, y era “vos”, pero ya muchas personas lo usaban en situaciones de confianza. Usar “vos” en situaciones de respeto empezaba a ser peligroso porque daba lugar a la ambigüedad.
            La estrategia que crearon los medievales para evitar la ambigüedad fue inventar una manera aún más respetuosa, y esta fue “vuestra merced”. De esta manera, no se dirigían directamente a la persona, sino a su voluntad de acción, pues “merced” significaba “voluntad”. Así se creaba una respetuosa distancia.
En todo caso, este pronombre todavía tenía “vuestra” que era el posesivo del pronombre “vos”.  Posteriormente se creó entonces “su merced”, que era todavía más respetuoso, pues ya se usaba “su” en vez de “vuestra” y ya no había rastros del pronombre “vos”. Sin embargo, el pronombre “vuestra merced” era el más común.
“Vuestra merced”, en el siglo XVI, se hizo tan popular que la gente empezó a pronunciarlo tan rápido que la gente decía cosas como “vuesasted”, “vuested” y finalmente “usted”. Entonces el “usted” de hoy en día es una forma mal pronunciada de “vuestra merced”.
Nótese que la conjugación de “usted” y “sumercé” es igual a la de “él” y “ella”: “¿Sumercé/usted tiene un lapicero que me preste?”, igual a “¿Él tiene un lapicero que me preste?”.
Entonces, en el siglo XVII, existía “usted” como pronombre de respeto y “su merced” como un tratamiento mucho más respetuoso. Y así se usó probablemente en toda Hispanoamérica, y en Colombia, hasta mediados del siglo XX.
Si ustedes leen novelas antioqueñas y vallecaucanas, encontrarán que “sumercé” era bastante común. Por ejemplo, el escritor antioqueño Tomás Carrasquilla lo pone en boca de hablantes campesinos que se dirigen a personas de mayor rango social. En María, del escritor vallecaucano Jorge Isaacs, los empleados afrodescendientes se dirigen a sus patrones con “sumercé”.
“Sumercé” es un pronombre demasiado servil para sobrevivir a las ideas progresistas que surgieron después de la independencia, y por eso se fue relegando a las clases bajas. Estas mantuvieron arraigado en su sistema lingüístico las férreas jerarquías sociales de la colonia.
A mediados del siglo XIX, las clases medias que surgieron después de la independencia de Colombia rechazaban todo lo que sonara monárquico, en un proyecto ideológico de distanciarse de todo lo que recordara el pasado colonial. A este movimiento perteneció el escritor bogotano Eugenio Díaz, el autor de Manuela. Díaz es un escritor más interesante de lo que nos muestran en el colegio, la manera como retrata los cambios sociales es única entre los escritores de su época.
Al contrario de lo que ocurrió en el resto de Colombia, en Bogotá “sumercé” sobrevivió por mucho más tiempo, a pesar de los esfuerzos de ideólogos como Eugenio Díaz. Como decía mi profesor José Joaquín Montes, la supervivencia de “sumercé” refleja unas jerarquías sociales más rígidas. Es decir, en Bogotá sobrevivió el “sumercé” por ser una sociedad más desigual que Antioquia y el Valle del Cauca, con más distancia entre clases sociales. Para los bogotanos había que exagerar más el respeto y emplear “sumercé”.
A finales del siglo XX, el “sumercé” era frecuente entre personas de origen campesino, herederos de ese sistema lingüístico de servidumbre. Deja de ser políticamente correcto porque nos recuerda una gran desigualdad social.
Entonces “sumercé” resucita renovado en las clases medias bogotanas. Cuando estas personas lo utilizan, ya significa otra cosa. Ya no es el pronombre servil de quien agacha la cabeza ante su patrón, sino el pronombre amable que expresa camaradería entre amigos cercanos, incluso un pronombre irónico que parodia el respeto de antaño y sirve para hablar en sentido figurado.
Los bogotanos se apropiaron de “sumercé” con esta renovación semántica, pero no es un pronombre bogotano. El “sumercé” nos pertenece a todos, españoles e hispanoamericanos, siendo los bogotanos quienes supieron darle nueva vida.

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