¿Qué es el “respeto”, de dónde
viene y qué implicaciones tiene en este contexto? Hagamos una breve revisión
histórica.
“Respeto”
es la versión moderna de los conceptos medievales de “honor” y “honra”. Volvamos
a la península Ibérica, donde se originan muchas de nuestras palabras,
conceptos y valores.
Recordemos que entre los siglos
VIII y XIV se llevó a cabo una lucha de los reinos cristianos del norte por
recuperar los territorios ocupados por los musulmanes, en el sur de la
Península. Para legitimar esta lucha, se necesitaba crear un estatus social
para el ejército de caballería, que representaba uno de los efectivos más
poderosos de la estrategia militar de la época. De esta manera, se idealizó el
estatus del “caballero” (militar de a caballo).
Se fue construyendo la idea de
que los caballeros eran una especie superior de ser humano, dignos de una
consideración especial, y a esta se le llamó “honor”. La valentía, la lealtad
al rey y la fe cristiana eran virtudes que el caballero debía ostentar para
hacer valer su propio “honor”. Esto se puede leer en el “Libro de la orden de
caballería” del místico catalán Ramón Llull, en el siglo XIII.
“Honrar” al caballero se erigió con
un deber moral de todos los entes sociales. La “honra”, pues, era la
manifestación social del “honor”. Al caballero se le honra llamándole “don”,
arrodillándose ante él y besándole la mano, por ejemplo.
La esposa del caballero también
se hacía merecedora de esta consideración. De ahí fue surgiendo la idea de la
“honra” de la mujer casada que debía preservarse a toda costa. Por extensión,
la mujer no-casada también debía honrar a su futuro marido, preservando su
cuerpo.
¿Y los hijos de los caballeros?
También se mostraron como merecedores de “honra”. De hecho, las guerras de
reconquista no durarían para siempre, pero sí se creó esa idea de superioridad
de los descendientes de los caballeros medievales. Así surgió la idea de “nobleza”.
Se le concedía al caballero y su
descendencia una cierta sacralidad que había que reconocer de manera activa.
Este reconocimiento era la “honra”. Pues bien, el “respeto” era más bien una
actitud pasiva respecto a todo lo sagrado, no solo la persona. La “honra” se
refiere al ser humano, el “respeto” a todo ser existente, humano o no, siempre
y cuando tenga cierta sacralidad.
El “respetar” al rey, por
ejemplo, implica mantener la distancia, no hablarle, no mirarlo directamente,
entre otras cosas. Se debe “respetar” un objeto sagrado, como el copón
eucarístico o el altar como lugar sagrado, no tocándolo o acercándose a él.
Solo un sacerdote estaría autorizado para ingresar en el espacio de lo sagrado.
Las bases de datos históricas de
la Real Academia muestran que la palabra “honra” se usa muy frecuentemente por
escrito hasta el siglo XVI. En el siglo XVII, empieza a declinar el uso de esta
palabra a favor “respeto”. A partir de ese momento, “respeto” se encuentra
mucho más frecuentemente que “honra”, lo que obliga a preguntarnos: ¿qué pasó
entre los siglos XVI y XVII?
El siglo XVII coincide con la
consolidación del ascenso de una clase social en América. Marineros, militares
y comerciantes españoles lograron cargos burocráticos que les otorgó el acceso
a una clase social más elevada, que en España estaba reservada a la nobleza,
por familia.
Este movimiento social fue
haciendo reemplazar el concepto de “honra” por uno más democrático: el de
“respeto”. Mientras que la “honra” implica una sacralidad dada por ser familia
de la antigua caballería, el “respeto” implica una sacralidad no tan
condicionada. Se empieza a considerar que todo ser humano es merecedor de
respeto.
Es la época en que todas las
personas empiezan a exigir para sí el título de “vuestra merced”, “don” y
“doña”. De hecho, “vuestra merced” se usa tan frecuentemente que termina en
“vuested” y de allí surge “usted”.
A pesar de la democratización moderna
del “respeto”, este mantuvo algunos de los sentidos que tenía el viejo concepto
de “honra”. Por ejemplo, una persona “respetable” es alguien de alto estatus
social, por virtud, merecimiento o familia. Decimos “don” y “doña”, viejos
títulos nobiliarios, para mostrar “respeto” a una persona en razón de su edad.
Una mujer que se “respeta a sí misma” es aquella que cuida su cuerpo para los
deberes de matrimonio.
El respeto por la dignidad humana, no obstante, se refiere a una cualidad intrínseca
de la persona. Si profiero una palabra injuriosa contra una persona estoy
atentando contra la dignidad humana. Hay palabras injuriosas de por sí, como
los insultos.
Cuando decimos que se debe
respetar una idea, una posición política o una opción de voto, estamos
volviendo a sacralizar elementos no humanos. Estamos volviendo a la noción
medieval de “respeto”.
Esto me parece muy grave, porque
estamos atentando contra la libre expresión. Exigir “respeto” por las ideas es
una forma de censura. Y por supuesto, detrás viene todo un ideario respecto a
la “honra” y la nobleza caballeresca, que el estado social de derecho había
superado convenientemente.
Nada mejor para cerrar cualquier
debate que te digan: “Respeto tu opinión, pero no la comparto”. Que no te la
respeten, que te den argumentos y que discutan. O peor aún, cuando tú dices: “La
tierra es redonda” y te respondan: “Respeto tu opinión, pero no la comparto”. Esto
ya no se refiere a una opinión, sino a un hecho. Y los hechos son
incontrovertibles.
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