Thursday, November 30, 2017

Don Doña

Publicado en el Suplemento Dominical de El País de Cali, Gaceta, bajo el título "¿Por qué los colombianos decimos Don o doña?" véase aquí

En el marco de la Consulta Liberal que dio por ganador a Humberto De la Calle el domingo pasado, el columnista Juan Sebastián Herrera se refirió al uso y desuso de “Don”. Esto con el fin de argumentar De la Calle sería de los pocos políticos que merecería este título. El columnista se refería a un “Don” que expresa una virtud superior de carácter, escasa en la escena política colombiana.
Los términos “Don” y “Doña” son maneras de tratar a una persona con respeto. Por esta razón, se denominan “formas de tratamiento”. Para el columnista, el contenido respetuoso del término es algo que se gana con esfuerzo, aunque para otros toda persona por el hecho de serlo tiene un valor intrínseco.
En esta disyuntiva gira la historia lingüística de “Don” y “Doña”. Proviene del latín “dóminum” que significa “dueño”, y su forma femenina “dóminam” significaba “dueña”.  En algún momento de la historia se perdió la “i” intermedia y las consonantes finales, pasando a “dómnu, dómna”.
Pues bien, “mn” se convierte en “ñ”, y la “ó” se convierte en “ue”. Y así surgen “dueño” y “dueña”. El significado de estas palabras es más cercano al sentido original, pues se refieren al que tiene posesión, potestad o poder sobre algo o alguien.
Todo esto ha debido ocurrir en el latín medieval, en todo caso antes del siglo X, como dice Joan de Corominas en su diccionario etimológico.
Recordemos que en la edad media existía un sistema feudal, en que una persona tenía poder sobre una tierra y sobre las personas que vivían en esa tierra. No era un sentido de posesión propiamente dicho, sino una especie de derecho de uso, sobre la tierra y las personas. Sí, de uso sobre las personas, como ocurría en la edad media.
Pues bien, la persona que dominaba esa tierra era el “dómnum”. Nótese que el verbo “dominar” y “dóminum” comparten la raíz “domin-”, pues son palabras emparentadas en su significado antiguo.
Los subordinados, pues, podían referirse a su señor feudal como un “dómnu” y a su esposa como “dómna”. Pero la gran pregunta es: ¿por qué se dice “Don Humberto” y no “Dueño Humberto” o “Doño Humberto”?
Pues es posible que en el latín medieval de la península Ibérica ocurriera algo muy parecido a lo que pasa hoy en día. Nosotros le decimos “profe” o “pro” al profesor, “compa” al compañero, “parce” al parcero, o decimos “mi doc” en vez de “mi doctor”.
Hacemos abreviaciones a palabras que sirven para tratar o llamar a la persona con quien hablamos. Estas palabras se llaman “formas de tratamiento”, que son de uso frecuente. Para hablar más rápido, hacemos más cortas las palabras más frecuentes.
Esa tendencia a reducir las formas de tratamiento no nos la inventamos nosotros, la heredamos probablemente de los hablantes de latín de la península Ibérica. Decir “parce” en vez de “parcero” es una costumbre que viene desde antiguo. De hecho, el término “misiá” viene de “mi señora”: si usted dice “mi señora” muy rápido, termina pronunciando “misiá”.
Lo mismo pasaba con “domnu”. Para referirse a una persona con la que se habla, los latinoparlantes de la edad media tal vez dirían “domn”, quitando la última sílaba, y para más comodidad “don”. Al quedar de una sola sílaba, ya no habría tanto énfasis en la vocal como para convertirla en “ue” como en “dueño”.
“Don” y “Doña” eran entonces títulos nobiliarios. Solo la persona que hubiera nacido en una familia poderosa podía recibir este título.
Pero las cosas empiezan a cambiar a finales de la edad media y en el siglo XVI, cuando los comerciantes empiezan a ganar poder. En el siglo XVI, muchas personas que no eran feudales empiezan a exigir el trato de “Don” y “Doña”, y muchos empiezan a otorgárselo a personas que no necesariamente eran de familia noble.
La situación llega hasta el punto de que resulta más conveniente decirle “Don” y “Doña” a cualquier persona, antes que correr el riesgo de parecer mal educado. Y así se transforman los términos hacia el siglo XVII: ya cualquier individuo, por el hecho de ser persona, es de alguna manera merecedor de un respeto.
El recuerdo del significado antiguo, en todo caso, sirve de metáfora para referirse a una nobleza abstracta, una virtud corazón, aunque no necesariamente de herencia familiar. Se aplica a la idea de cierta dignidad en el carácter de una persona. Es el sentido que rescata el columnista cuando se refiere a Humberto De la Calle.
En el siglo XIX hubo una reacción contra el “Don”. Se consideraba un vicio propio de la colonia española. En 1858, uno de los personajes de Eugenio Díaz en Manuela, dice “el don no es castellano granadino”, es decir, no debía decirse en la nueva república de la Nueva Granada.
Entonces “Don” fue perdiendo mucho más su sentido de nobleza, y hoy en día tal vez significa simplemente alguien de más edad que uno. Incluso puede usarse para insultar: “un don Nadie” o en sentido irónico: “dígale a mi Don”.

El columnista invita a recuperar la dignidad como valor social, aplicado al comportamiento en la esfera política. No necesariamente a que retornemos a la época feudal. Aunque algunos piensan que nunca hemos salido del feudalismo.

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