En español existen dos clases de género: el
género semántico y el género morfológico. El género semántico es el que cambia
según el significado, es decir, señala el sexo biológico: señor, señora;
abogado, abogada. El segundo solo se refiere a una clase gramatical, y no tiene
impacto en el significado: el baño siempre será masculino, no es que los baños
sean hombres.
El género semántico generalmente se refiere
a las personas y a ciertos animales: soltero, soltera; niño, niña; muchacho,
muchacha; gato, gata; perro, perra. El género morfológico se refiere
generalmente a entes inanimados, pues estos no tienen sexo biológico. Sin
embargo, hay animales que solo tienen género morfológico: jirafa hembra y
jirafa macho. Como en “la jirafa macho estaba sentada en un árbol”.
Y esto es lo importante aquí: hay
referencias a seres humanos que solo tienen género morfológico: “él es una
persona muy bella” o “ella es un ser humano muy bello”. “Persona” y “ser
humano” solo tienen género morfológico. Esto porque se refiere a una cualidad
abstracta de lo humano. Por eso, no tiene sentido decir “persono” o “ser
humana”. Los que se burlan del lenguaje incluyente con estos ejemplos están muy
equivocados.
Los géneros semántico y morfológico no se
mezclan en la concordancia. Por ejemplo, sería muy extraño decir “había niños y
juguetes muy bonitos” o “las niñas y las flores son muy suaves”.
A veces el cambio de género crea una nueva
palabra. Es el caso de “naranja”, que es la fruta, y “naranjo”, que es el
árbol. Aunque la palabra cambia por el género, el significado completo es
diferente, no es simplemente de género. Por eso “naranja” y “naranjo” son en
realidad palabas diferentes.
¿Qué pasa entonces
con “todas y todos”? La Academia dice que “todos” es genérico, y los lingüistas
aceptan que es así, pero yo no estoy de acuerdo con esto. Yo creo que “todos”
es una palabra de género semántico, porque varía según el sexo biológico del
grupo al que se refiere. Si fuera genérica, se diría “todos” a un grupo de solo
mujeres.
En mi opinión, el
problema no es que sea excluyente. El problema es que considera a las mujeres
una clase especial de hombres cuando están en un grupo mixto. Es decir, las
mujeres solas mantienen su condición de mujeres, pero cuando están con hombres
deben ser mencionadas según el sexo biológico del hombre, como si fueran su
apéndice, o su costilla, según el mito de creación.
Si usamos “todas”
ante un grupo mixto que incluye hombres, ¿qué reacción tienen los hombres?
Empiezan a hablar como gays, mofándose de la situación. No es que se sientan
excluidos, sino que se sienten tratados como mujeres. Por eso es verdad que, en
lo posible, debemos demandar el “todos y todas”, aunque en ciertas
circunstancias no se permite.
En grupos mixtos de
género morfológico prevalece el plural masculino, pero este es un objeto
meramente morfológico. Cuando decimos “el baño y la cocina están limpios”, no
estamos siendo discriminatorios con la cocina porque es un objeto. Pero si
decimos: “el niño y la niña son muy tiernos”, estamos tratando a las personas
como objetos gramaticales. Si decimos “todos” para incluir mujeres, estamos
asumiendo falsamente que las personas son seres sin sexo, sin significado, como
el baño y la cocina.
Otra clasificación del género es entre
género explícito y género implícito. El género explícito es cuando la palabra
masculina termina en “o” y la palabra femenina termina en “a”. La palabra
“casa” es femenina, y tiene género explícito, porque termina en “a” y es
femenina; la palabra “baño” termina en “o” y es masculina, por eso tiene género
explícito.
Palabras referidas a profesiones se han
usado tanto en femenino como en masculino, como abogado y abogada, médico y
médica, ingeniero o ingeniera. Por fuerza del uso, se deben considerar de
género explícito, y debemos demandar el uso del femenino. Ahora bien, hay
palabras como “piloto”, que parecen todavía tener género implícito: “ella es
piloto”, no “pilota”.
Las palabras referidas a profesiones que
terminan en “o”, no obstante, siempre admitirán un cambio a “a” para la referencia
al femenino, aunque en principio suenen raro. Basta que nos acostumbremos a
ellas para que empiecen a sonar normal. Las palabras referidas a una cualidad
abstracta del individuo, como “testigo” o “ser humano” pueden considerarse de
género implícito, por lo tanto no es discriminatorio decir “la testigo”, como
no lo es decir “el artista”, aunque termine en “a”.
El género implícito es todos los demás
casos, es decir, género femenino que no termine en “a”. Incluye generalmente
palabras terminadas en “e”. Una palabra como “calle” es femenina, pero “cofre”
es masculina, aunque ambas terminan en “e”. También hay palabras terminadas en
“a” que son masculinas como “el problema” o palabras terminadas en “o” que son
femeninas como “la mano”.
Palabras terminadas
en “e” como “jefe” o “presidente”, pues, pueden aplicarse tanto al femenino
como masculino, al igual que “estudiante”, “gerente”, “sacerdote”. De hecho, el
feminismo reclama que la Iglesia católica tenga “mujeres sacerdotes” y no
“sacerdotas”. Está la palabra “juez” que sirve para hombre y mujer, pues tiene
morfología implícita.
Hay nombres de
profesiones terminados en “ista” que son de morfología implícita, porque
aplican tanto para el masculino para el femenino. Y están también profesiones
terminadas en “a” como “pediatra” que aplican tanto para mujeres como para
hombres, como “el pediatra” o “la pediatra”. Y palabras terminadas en “o” que
aplican para ambos sexos: “el testigo” o “la testigo”.
¿Por qué, entonces,
demandar “presidenta”? Porque cuando decimos “presidente” nos hacemos la imagen
mental de un hombre, pero cuando decimos “estudiante”, la imagen mental puede
ser de hombre y de mujer. Entonces “presidenta” se basa en aceptar el prejuicio
de que los presidentes son hombres. De alguna manera, decir “presidenta” sería
discriminatorio, pero hay otra forma de verlo
¿Por qué demandar
“jefa”, “presidenta” y “jueza”, pero no “docenta”, “estudianta” o “dementa”?
La otra vez alguien
decía que porque “presidente” es el “ente” y nos interesan palabras que se
refieren a lo fundamental, que es el ente. Esto no es verdad. La terminación
“ente” proviene del latín “entis” que significa “el o la que hace”. El “ente”
es el verbo ser con esta terminación, como quien realiza la acción de “ser”.
¿Por qué demandar
“jefa”, “presidenta” y “jueza”, pero no “docenta”, “estudianta” o “dementa”?
Simplemente por
tradición. Es decir, “jefa”, “presidente” y “jueza” tienen una larga tradición
de uso desde antiguo, pero no así “docenta”, “estudianta” o “dementa”.
Encontramos “jueza” y
“jefa” desde 1852; “jueza” con seis casos y “jefa” con 20 casos; ¡“presidenta”
nada menos que desde 1448, con 105 casos! “Generala” aparece desde 1764, y
tiene 125 casos. Esto según la base de datos histórica de la Real Academia.
Tradicionalmente
“jefa” se decía irónicamente a la esposa regañona, mientras que “jueza” era la
esposa del juez, o “generala” también se le decía a una mujer mandona o a la
esposa del general. Pues bien, estas palabras adquirieron género explícito en
un sentido despectivo, y ahora la Academia acepta la forma femenina.
“Estudianta” tiene un
caso en 1899 y uno en 1940, ambos en sentido irónico, pero aún así muy pocos
como para haber prosperado entre los hablantes. De hecho, la Academia acepta
“asistenta”, pues tiene 57 casos desde 1840. Ejemplo de su sentido despectivo
está el uso de “asistonta”.
Estos usos irónicos o
despectivos del femenino en palabras neutrales suelen atribuirse a cargos de
poder. Esto por cuanto siempre se desdeña de la mujer que tiene poder como poco
femenina y hasta caricaturesca.
Mucho cuidado con
esto: lo que hace el feminismo es resignificar estas palabras que se usaban en
sentido despectivo. No es que estemos demandando el uso del femenino en todas
las palabras para resaltar el femenino. Si así fuera, tendríamos que exigir
“dementa”, “inteligente”, “ignoranta” o “representanta” y así ponerle género a
todas las palabras terminadas en “e”. Incluso, tendríamos que decir “persona” y
“persono”, “artista” y “artisto”, “colega” y “colego”.
No, no es que estemos
demandando ponerle género a todo para resaltar a la mujer. Lo que se busca es
resignificar palabras viejas que ya tenían un femenino innecesario y
despectivo, para darles un sentido positivo. Y resignificar tiene un poder
inimaginable. Se retoman palabras como “jefa” que tenían sentidos despectivos y
se les da un sentido de respeto. Así, se le quita poder semántico al sentido
despectivo que tenía.
Es decir, el uso
feminista de “presidenta” no se debe a la necesidad de resaltar el femenino. No.
Se debe a la necesidad de reusar un femenino tradicionalmente despectivo para
resignificarlo. En palabras que no se refieren a cargos de poder, la tradición
no ha puesto el femenino. Solo se ridiculiza a la mujer en cargos de poder, no
en situaciones como “demente” o “dementa”.
Es como lo que pasa
en inglés, que “bitch” significaba “perra, puta”, pero hoy se refiere a una
mujer que no se deja de nadie, de mucho carácter. Y muchas mujeres dicen con orgullo:
“I’m bitchy” (soy perrona, putona).
Pero no tengo
solución para el problema de “todos y todas”. Acepto que es machista, pero en
muchas ocasiones resulta demasiado engorroso reiterarlo. Es que la lengua es
machista porque obedece a una tradición patriarcal, y ante eso no hay mucho que
pueda hacerse. Lo que sí podemos hacer es usar de vez en cuando el “todas” con
tono irónico para incluir a los hombres. Y cuando es evidente que nos referimos
a una mayoría de mujeres, usemos el “todas”. De esa manera, empezamos a
resignificar el género semántico en español.
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