Thursday, November 22, 2018

Pronunciación español vallecaucano


Publicado en Gaceta Dominical, El País de Cali, junio 24 de 2018

A los caleños nos parodian frecuentemente por nuestro modo de hablar. Pero muchas veces lo hacen mal. Dicen “mirá, oís”, como si fuéramos los únicos en el mundo en decir “mirá, oís”. Paisas y argentinos lo dicen igualmente. Y nos ponen a hablar lento, como si tuviéramos pereza de hablar.
El “mirá, oís” no es una cosa de la pronunciación, son formas de conjugar “mirar” y “oír” en imperativo de persona “vos”. Se necesitaría toda una clase de gramática para enseñarle a un no vallecaucano cómo conjugar esa segunda persona.
Aquí no enfocaremos solo en la pronunciación. Si usted es foráneo y quiere hablar como vallecaucano, le servirá de iniciación. Y si usted es vallecaucano de pura cepa, aprenderá algo más de lo bonito que es hablar así.
Pronunciación de “s”: Una de las características primordiales tiene que ver con los cambios que sufre el sonido “s” en el habla. En ocasiones se convierte en un sonido similar a la “j”. Pero mucho cuidado, que no es en cualquier parte.
La regla es: “s” se convierte en “j” entre dos vocales, nunca en otro sitio. Por ejemplo, decir “voj qué queréj” es incorrecto, porque la “s” de “vos” queda antes de la primera consonante de “que”, y en “querés” queda antes de pausa.
Hay un chiste que ronda por ahí, “¿a dónde vas a ir?” suena como un vallecaucano como Jaír: “¿a dónde va Jaír?”. Esto es correcto. La “s” queda entre dos “a”: “vas a ir”. O en: “¿qué vas a hacer con eso?”, que resulta en: “¿qué vajajér conejo?”. Perfectamente correcto: todos los sonidos de “s” quedan entre vocales. En “hacer”, la “c”, que se pronuncia “s”, en vallecaucano queda “j” por estar entre “a” y “e”. Y “con eso” lo mismo, la “s” queda entre “e” y “o”.
Esto ocurre frecuentemente en el lenguaje rápido e informal, y se reduce en el lenguaje formal. Es decir, si un vallecaucano está en una entrevista de trabajo, logrará decir la “s” como “s” en todos o la mayoría de los casos. Pero con los amigos, cuando se relaja, convertirá la “s” en “j” entre vocales.
Pronunciación de “n”: Otra de las características del español vallecaucano es la pronunciación de “n” al final de la frase, mejor dicho, cuando viene después una pausa larga. Esta se convierte en “m”.
En el español general, estándar, la “n” se vuelve “m” antes de “b” o “p”, como en “imperio” o “enviar” (la “v” se pronuncia como “b” en todo el español). O cuando ocurre en medio de la frase, como en: “un burro” se pronuncia “um burro”.
Pero solo en español vallecaucano, la “n” se convierte en “m” antes de pausa. Por ejemplo, “mirá, ¿querés gaseosa con pam?”. Ahí sí se pronuncia “m” en “pan”. Pero si alguien dice: “mirá, ¿quéres comprar pan con gaseosa?”. Ahí la “n” no se vuelve “m”.
            De esto sí que es difícil darnos cuenta, tanto que lo decimos incluso en el lenguaje formal. Los forasteros se dan cuenta inmediatamente, pero nosotros ni siquiera creemos que estamos diciendo una “m”. En nuestra mente, la “n” es perfecta.
Pero los imitadores se equivocan y dicen “pam con gaseosa”, cuando no ha habido pausa después de “pan”. Y por eso suena forzado.
            Pronunciación de las vocales: Las vocales en español vallecaucano tienen una tendencia a pronunciarse con cierta nasalidad. Hay una parte del paladar que queda más atrás casi en la garganta, que se llama el “velo”. La nasalidad se logra porque la parte de atrás de la lengua toca un poco el velo del paladar y hace que parte del aire salga por la nariz.
Esto ocurre en absolutamente todas las vocales, aunque las vocales que quedan cerca a “m” o “n” resultan más afectadas. Y hay ciertas personas que tienen una tendencia más fuerte a nasalizar las vocales. Entre más raizal el vallecaucano, más nasalidad de sus vocales.
Esto también es muy difícil de controlar. Por muy formal que tratemos de hablar, este hábito articulatorio se mantiene, porque así lo aprendimos desde que éramos bebés.
Entonación: Es uno de los aspectos más difíciles de explicar por escrito, y hay muchos elementos que conforman nuestro cantado o melodía. Sin embargo, uno de los más notables es cuando usamos dos frases que están unidas. La primera tendemos a pronunciarla como pregunta.
Por ejemplo, “cuando salimos, ya estábamos todos ahí”. Hay dos frases, “cuando salimos”, que es la primera, suena como: “¿cuándo salimos?, ya estábamos todos ahí”. Pero la primera no es una pregunta, aunque suena un poco así.
Y de esto me he dado cuenta cuando hablo con gente que no es vallecaucana. Como yo tengo un intenso acento caleño (¿acento caleño?), me suele pasar que piensan que estoy haciendo una pregunta. Entonces, cuando estoy hablando (¿hablando?), digo “cuando salimos” y me dicen “sí”, como respondiendo; piensan que estoy haciendo una pregunta.
A veces nos imitan “mirá, ve” con un alargamiento en las últimas vocales como en “miráá, véé”. Y esto está correcto, pero solo ocurre en verbos de mandato. Pero luego cuando nos tratan de imitar, hacen ese alargamiento al final de todas las frases, ¡incorrecto!

Monday, November 19, 2018

Respeto y correa


Respetar a punta de correazos: ¿qué significa, y de dónde viene esta idea? 

Publicado en Gaceta Dominical del diario El País de Cali, 18 de noviembre de 2018

Tengo que confesar que me gusta mucho leer los foros de noticias de Facebook, porque allí aprendo mucho sobre cómo piensa la gente. Es una manera de establecer contacto con la realidad social en toda su crudeza. Aunque a veces puede llegar a ser devastador, es importante mantener ese polo a tierra.
            Me voy a referir a un evento aparentemente trivial que se convirtió en hecho noticioso en el marco de las protestas estudiantiles que ocurren por estos días en Colombia. En la Universidad Industrial de Santander, una mujer azota un cinturón contra el piso buscando a su hijo entre los manifestantes. El hecho, que ocurrió el 8 de noviembre, quedó registrado en video.
En los foros de noticias, muchas personas celebran la actuación de la señora, porque según ellos con correazos la persona aprende a “respetar”. Curiosamente el día anterior se había publicado un artículo donde se reseña evidencia científica sobre los efectos negativos del castigo físico. Entonces la actuación de la señora cayó como anillo al dedo.
Un comentarista afirmaba lo siguiente: “A mi me dieron palo y juete ventiao y crecí con un trauma. Ese trauma se llama respeto hacia los demás”. Y otro dice: “A mí me dieron palo y rejo cuando me lo merecía, cuando era irrespetuoso con mis mayores, profesores y eso no me.traumo”.
Y yo me preguntaba: ¿respeto hacia los mayores y profesores? Yo pensaba que todo el mundo merecía respeto, no solo los mayores o los profesores. ¿Y solo puedo respetar a alguien que puede darme juete ventiao? ¿Qué clase de respeto es ese?
La Constitución colombiana consagra el respeto por la persona humana. En ningún momento dice que solo por los mayores, profesores o alguna figura de autoridad. Todos los seres humanos merecen respeto en el marco del estado social de derecho.
El “respeto” como una consideración que todas las personas merecen es un concepto moderno, que se puede empezar a rastrear en el siglo XVII. El “respeto” dirigido solo a las personas de autoridad es una concepción medieval, influida por los viejos conceptos de “honor” y “honra”.
En el siglo XIII, el místico catalán Ramón Llull escribe en su “Libro de la orden de caballería” que todos los “caballeros” debían hacer valer su honor, exhibiendo virtudes como la lealtad al rey y la fe cristiana. Los que no fueran caballeros debían reconocer el “honor” del caballero mediante la “honra”.
¿Cómo se “honra” a un caballero? Nos arrodillamos ante él, le llamamos “don”, “vuestra merced”, no lo miramos directamente, le obedecemos en todo, nos sometemos en cuerpo y alma.
Todo esto proviene de un hecho muy práctico: el ejército de caballería era el más poderoso efectivo militar en la época medieval. Los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica consiguen recuperar las tierras ocupadas por los árabes. Y así se va formando lo que hoy conocemos como España.
Poco a poco el ejército de caballería deja de ser tan importante, por la introducción de otras técnicas de batalla y la aparición de las armas de fuego. Pero el prestigio social de las familias de los antiguos caballeros se pasa como herencia a los descendientes, aunque estos ya no sean militares. Y así surge la clase “noble”.
El requerimiento de la “honra” se aplica a las personas de mayor edad y a los padres. “Honrar a padre y madre”, versa la ley de Moisés en la traducción hispana. Si cambiáramos “honrar” por “respetar” tendríamos el mismo sentido, pero este “respetar” está influido por la tradición judeocristiana que tuvo repercusión en el imaginario medieval.
Cuando la persona aprende a someterse a sus padres, lo hará mucho más fácil ante un rey o gobernante. Por eso resultaba tan conveniente este mandamiento moral en la época medieval para perpetuar el orden establecido.
Las bases de datos históricas de la Real Academia muestran que la palabra “honra” se usa muy frecuentemente por escrito en la edad media, hasta el siglo XVI. En el siglo XVII, empieza a declinar el uso de esta palabra a favor de la palabra “respeto”.
El siglo XVII coincide con la consolidación del ascenso de una clase social en América. Marineros, militares y comerciantes españoles lograron cargos burocráticos que les otorgó el acceso a una clase social más elevada, que en España estaba reservada a la nobleza, por familia.
Este movimiento social fue haciendo reemplazar el concepto de “honra” por uno más democrático: el de “respeto”. El “respeto” implica, en principio, que cualquier persona puede ser digna de “honra” por su esfuerzo, valentía y buenas costumbres. Poco a poco, el “respeto” se convierte en un reconocimiento que toda persona merece por el solo hecho de ser humano, siendo este un concepto moderno.
Así pues, cuando alguien dice que aprendió a “respetar” a punta de golpes, está usando un concepto medieval. Está diciendo que aprendió a someterse ante alguien de mayor autoridad y fuerza física. Y lo aprendió tan bien, que ni siquiera ha logrado tomar distancia crítica del maltrato que recibió en su infancia.

Sunday, November 11, 2018

Marica



En Bolivia se ha gestado un movimiento entre los indígenas de la comunidad LGTB que se autodenomina “Movimiento Maricas Bolivia”, surgido en 2011. Sí, y usan la palabra “marica”, que suena tan grosero, despectivo, tan políticamente incorrecto. Es un fenómeno que se llamaba “resignificación” y pone patas arriba todo el fenómeno de los eufemismos.
             Usar LGTB o el sofisticado “gay” puede ser considerado eufemismo, pues busca una manera más elegante de nombrar a una comunidad tradicionalmente vilipendiada por una sociedad que los llama despectivamente “maricones”.
La sigla LGTB busca incluir la mayor cantidad de posibilidades de orientación sexual, para evitar cuidadosamente que alguno se sienta excluido: Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales. Pero después se dieron cuenta de que quedaban por fuera los Intersexuales, aquellos que nacieron en una situación intermedia entre hombre o mujer, o los Questioning (Preguntándose), que no han definido su orientación sexual. El nuevo término es LGTBIQ.
En español, además, el uso de una palabra inglesa “gay” permite darle cierta sofisticación a la realidad que se menciona. Como en vez de “paseo de olla” le llamamos “picnic” o en vez de “paparrucha” decimos “fake news”; o no le llamemos “pupitrazo” a aprobar rápidamente una ley, llamémosle “fast track”. O no digamos proaborto, llamémonos “prochoice” (proelección), ni antiabortista, sino “prolife” o su traducción “provida”.
En este orden de ideas va la crítica que propone el Movimiento Maricas Bolivia con respecto a la palabra “gay”. En el video publicado en youtube, Edgar Solís afirma que todo el discurso respecto al género está influenciado por la cultura anglosajona y es de corte burgués. La palabra “gay” le suena muy referido a los maricas norteamericanos de clases acomodadas.
Los homosexuales pobres e indígenas tienen mucho más que decir al respecto. Son una población triplemente marginada por su orientación sexual, clase socioeconómica y procedencia étnica. Al interior de las mismas comunidades indígenas ya existe un estigma muy fuerte contra los homosexuales, que no encuentran cobijo ni en sus comunidades indígenas ni en la sociedad general, y terminan totalmente marginados, prosigue Solís.
La palabra para marica en aymara (lengua indígena de Bolivia) es “k’eusa” y Edgar Solís deja entender que la mejor traducción sería “marica”.
La palabra “marica”, según el diccionario de la Real Academia, proviene de “María” y viene a ser su diminutivo. Recordemos que en español existe el diminutivo con “c”, como en “zapatico” y “maletica”. Pues bien, seguramente por ser un nombre común de mujer se aplicó con el diminutivo a los hombres que exhiben características femeninas. El diminutivo le da el sentido peyorativo.
En la base de datos histórica de la Real Academia, la primera documentación clara de la palabra en el sentido despectivo de “afeminado” aparece en 1599 en la novela picaresca Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán: “Como entienden que no los conocen, piensan que en engomándose el bigote y arrojando cuatro plumas han alcanzado la nobleza y valentía, siendo unos infames gallinas, pues no pelean plumas ni bigotes, sino corazones y hombres. ¡Vámonos, que yo le haré al marica que desocupe nuestros cuarteles y busque rancho!”.
Sin embargo, también se usa “marica” en femenino como sinónimo de “urraca”, así que es posible que más bien haya derivado de una metáfora del hombre afeminado como un pájaro similar, como se entiende en la cita. No es posible determinarlo con seguridad, pues la documentación en este sentido es escasa, debido a ser una palabra malsonante y no ser propia de lo escrito.
Más misterioso aún es el uso que se escucha en Colombia entre mujeres jóvenes para referirse a una amiga cercana, o incluso el uso de “marica” entre amigos casi como muletilla: “nooo, marica, ese man ni llegó…”. ya
La palabra “marica”, en todo caso, podría estar en riesgo de desaparecer si triunfa el afán de corrección política de influencia anglosajona. Por otro lado, si prospera la iniciativa del Movimiento Maricas Bolivia, podría incluso llegar a resignificarse en ciertas variedades, de manera que se convirtiera en una palabra normal. De hecho, al oír la entrevista a Edgar Solís, uno se va acostumbrando a escucharla y al final ya no suena tan fea.
Creo que la iniciativa del movimiento boliviano es la más desafiante que he escuchado contra la discriminación que sufren homosexuales. Tomar un término insultante y reapropiarlo llega incluso a molestar a los colectivos LGTBIQ, a la vez que va dejando sin recursos a los que buscan insultarlos. Así mismo hace el movimiento con otras palabras, como las referidas a las lesbianas, “marimachos” y “tortilleras”, versión colombiana: “areperas”.
P.D.: La Real Academia aceptó la palabra “gay” y su plural hispanizado es “gais”. Si escribimos “gays”, deberíamos usar la cursiva. Pero también podemos decir “maricas”.

Diminutivo


Publicado en la Gaceta Dominical de El País, 11 de noviembre de 2018

Habrán notado los más acuciosos que en Cali se escucha a veces decir “vamos a tomarnos un aguardientico” con “ico” al final, en vez de “aguardientito” o “aguardientecito”. Decimos “perrito”, pero también “gatico”, en vez de “gatito”. Decimos “ahorita”, pero “ahoritica” con “c” en vez de “ahoritita”.
¿Qué pasa aquí? ¿Por qué esta locura? ¿Cuándo metemos esa “c” para hacer el diminutivo? Bueno, no pasa solo en Cali, es en toda Colombia, Venezuela, Centroamérica y las islas del Caribe. Estas alternancias entre “ito” e “ico” son propias, mejor dicho, del español caribeño, como anota Hernán Zamora Elizondo, citado en la tesis de Sien Callebaut.
            Recordemos que el diminutivo es una parte de la palabra que se añade para expresar pequeñez. Un “libro” pequeño es un “librito” y una “casa” pequeña, una “casita”. O cuando las mamás le piden a uno: “páseme el cosito”, obviamente es un objeto pequeño, porque si fuera el “coso” sería un poco más grande.
A partir del sentido de pequeñez se han creado toda clase de significados metafóricos. Puede significar menor edad, como “pollo” versus “pollito”; “Alfonso” versus “Alfonsito”, pueden indicar padre e hijo del mismo nombre, para distinguirlos. O se le puede decir “Alfonsito” de cariño a alguien que se llama Alfonso, sin tener que indicar menor edad que nadie, o se le dice “mijita” (mi + hijita) a la esposa, sin que sea la hija.
            Sirven para suavizar la dureza de una frase, como cuando usted va a hacer una vuelta y el funcionario le dice “le falta la copiecita de la cédula”. O le dicen: “haga la filita por aquí” cuando usted se disponía a saltarse un turno, aunque la fila no sea para nada pequeña. Y si le dicen: “en este momentico no lo podemos atender”, no significa que el “momento” sea muy corto tiempo.
            Empecemos con la regla que se usa en todo el mundo hispanohablante: se añade “ito” o “ita” a la palabra que termina en “a” y “o” sin acento al final (“perro” y “perrito”, “casa” y “casita”), o a la palabra singular que termina en “s” (“japonés”, “japonesito”).
Se agrega “cito” o “cita” si la palabra termina en cualquier otra vocal, si termina en sílaba acentuada o en consonante: “diente” termina en “e” (no es “a” ni “o”), entonces el diminutivo es “dientecito”. Por esta misma regla existe “mamacita” y “papacito”, pues las palabras terminan en acento: “mamá” y “papá”. No es que esté incorrecto decir “mamita” o “papito”, sino que la regla nos permite entender por qué se dice “mamacita” o “papacito”.
Las palabras que terminan en consonante, pues, hacen el diminutivo con “cito” o “cita”: “favor” y “favorcito”, “canción” y “cancioncita”. Si termina en “z”, esta desaparece: “lápiz” y “lapicito”, “nariz” y “naricita”.
Y cuando la palabra termina en “io” o “ia”, se agrega “ecito” y “ecita”. Por esto, el diminutivo de “copia” es “copiecita”.
Pues bien, en caleñol (en parentesco con el español caribeño) hemos agregado una regla al uso común de los diminutivos: si la palabra termina en “t”, “tr” o “tl” + vocal, usamos “ico” o “ica”, en vez de “ito” o “ita”, como en el resto del mundo hispanohablante. Por ejemplo, “zapato” termina en “to” y por eso decimos “zapatico”, “aguardiente” termina en “te” y por eso “aguardientico”, “gato” termina en “to” y por eso “gatico” y no “gatito”, “otro” termina en “tro” y por eso “otrico” y no “otrito”. Un atlas pequeño sería un “atlicas”.
            A las mujeres que se llaman “Marta” les decimos de cariño “Martica” y no “Martita”: pues “Marta” termina en “ta”. Y por eso decimos “momentico” y no “momentito”: “momento” termina en “to”. El otro día hablábamos de la gente que dice “llamó estica” para referirse a una mujer cuyo nombre no recuerda. Esto nos permite explicar por qué decimos “estica” y no “estita”.
            Lo más interesante es que usamos esta regla para hacer un diminutivo de un diminutivo. De “ahora” hacemos un “ahorita”, que es menos tiempo que “ahora”. Pero si queremos expresar mucho menos tiempo que “ahorita” empleamos la regla, pues “ahorita” termina en “ta”, y la palabra resulta siendo “ahoritica”. Así mismo, “poquito” es menos que “poco” y “poquitico” mucho menos que “poquito”.
El único problema es que “ica” (o “ico”) no se puede replicar, pero “ita” sí se deja repetir tantas veces como queramos. Por eso, decimos “ahoritititititica” si queremos exagerar la ínfima cantidad de tiempo, pero nunca diríamos “ahoritikikikikica” (uso “k” para mantener el sonido en el ejemplo hipotético).
            La palabra “chico” indica, de por sí, algo pequeño, pero algo mucho más pequeño es “chiquito” y algo muchísimo más pequeño es “chiquitico” o muchísísimo más pequeño “chiquitititico”, si no es que agregamos el misterioso diminutivo “rin”: en “chirringuitico”. Y ese extraño diminutivo “rrin” tampoco se deja replicar, así que no existe “chirrinrrinrringuitico”. Y más misterioso aún es que “qui” se convierta en “gui”.
            Todo caleño (y caribeño en general) usa estas reglas sin pensarlas, como experto en manipular las palabras para lograr la mayor efectividad expresiva. Y como experto, también puede alterar la regla a su antojo, de ahí que pueda decir “mamita” y no “mamacita”, o “fuentecita” y no “fuentica”, pero sí “aguardientico” o no “aguardentecito”.